La
educación de nuestros hijos comienza mucho antes de su nacimiento.
Comienza cuando empezamos a interesarnos y buscar información que
nos de luz sobre estos temas.
Nadie
nace sabiendo, pero todos podemos aprender, ese es el lema que
debería acompañarnos desde el momento en que sabemos que vamos a
ser padres, o incluso antes. El simple hecho de saber que un pequeño
ser viene al mundo, despierta nuestra curiosidad, al cómo será,
como seré yo como madre o padre. Empezamos a pensar en el nombre,
algunos buscamos que tenga un significado, otros simplemente que
suene bien,… pero sobre todo empezamos a sentir curiosidad por el
desconocido mundo que rodea al bebé. Nos advierten de los días de
insomnio, de nuestro tiempo que se convierte en su tiempo, del cambio
impresionante en nuestra vida, del amor incondicional que vamos a
sentir y empezamos a comprar libros que sacien nuestra curiosidad.
Sin embargo, nada nos prepara para lo que va a venir: el milagro de
la vida. Un milagro del que seremos responsables siempre, y no
importa cuántos años hayan pasado. Es imprescindible ser
conscientes de que la educación tiene consecuencias y estas marcarán
su vida.
Nuestro
objetivo es muy claro: prepararlos para la vida ¿Pero cómo los
preparamos para descubrir el mundo y que el mundo camine a su lado y
no por encima, ni por delante?
La
sociedad en la que vivimos tiene un peso muy considerable, pero no
todo nos gusta de nuestro entorno. No vamos a poder cuidarle de todas
las influencias externas, ni siquiera de nosotros mismos. Pero
podemos contribuir a cambiar lo que no nos gusta: El derecho de un
niño a jugar con muñecas y el de una niña a ser el médico y no la
enfermera. Llorar sin que te tilden de nenaza, como si fuera
despectivo ser mujer y solo pudieran llorar ellas, como si la
sensibilidad fuera una debilidad y mereciera un castigo.
La educación que la sociedad ofrece a nuestros hijos en muchos aspectos hace aguas, y esto hay que cambiarlo. Tenemos que ser nosotros, los padres, los que demos los primeros pasos.
La educación que la sociedad ofrece a nuestros hijos en muchos aspectos hace aguas, y esto hay que cambiarlo. Tenemos que ser nosotros, los padres, los que demos los primeros pasos.
Seguimos
dividiendo los colores por sexo, seguimos comprando juguetes también
por sexo y seguimos leyéndoles cuentos de princesas que esperan a
que un príncipe valiente les rescate. El mundo no está lleno de
princesas, sino de niños y niñas que tienen que vivir en un mundo
muy real, que tienen que enfrentarse a su primer día de guardería,
a su primer día de colegio, a aprender a tener amigos, a compartir,
a saber renunciar, a saber perseverar, a pedir ayuda, a entender los
peligros, a afrontar los retos,… es un mundo de aprendizaje
vertiginoso. Nuestros pequeños son esponjas
que absorben conocimientos sin parar y una estupenda manera de
inculcar y de afianzar estos conocimientos es por medio de una buena
lectura, que les hable de amor, de amistad, de cómo enfrentarse a
los problemas, de cómo resolverlos.
Hoy
somos conscientes de la importancia de los cuentos y del mensaje que
se transmite en ellos.
En la actualidad, los divorcios y la agrupación de parejas con niños
son muy comunes, ¿cómo vamos a contarles cuentos acerca de
perversas madrastras?
Después
de tanta violencia de género y desigualdad laboral ¿cómo vamos a
transmitir a nuestras hijas e hijos que la solución de todo llegará
a lomos de un príncipe montado a caballo o que la misión de
nuestros niños sea convertirse en los protectores de una hermosa
princesa?
Todo
esto está cargado de desigualdad, de conformismo, de ego, de
imposición de roles.
Cuando
el papel de sus vida, debería ser un maravilloso misterio por
descubrir.
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